José Pablo Serrano Carrasco ha muerto esta mañana en Granada, ciudad en la que había vivido durante estos últimos años. Será enterrado en Huéscar, su pueblo, al que tanto quiso.
Ha muerto un hombre bueno. Nadie podrá decir que recibió de él una mala respuesta, una palabra agria, un desplante. Trató a todo el mundo con la educación que le era propia, como el gran señor que siempre fue. Era honrado y servicial. Y estaba siempre dispuesto a escuchar y ayudar a los demás Ni ante los contratiempos ni ante los agravios perdió las buenas formas; al contrario, su serena amabilidad le atrajo la simpatía de muchas personas. Hizo todo el bien que pudo a quienes vio pasar necesidades y ni siquiera la áspera ingratitud de algunos le arrancó una palabra desabrida o de reproche.
Ha muerto uno de los mejores alcaldes de Huéscar. Siguiendo la senda de Manuel Rodríguez Penalva, otro gran transformador de la fisonomía oscense, amplió el pueblo con la creación de barrios populosos, modernizó las infraestructuras, hizo llegar el progreso material a sectores desfavorecidos, hizo que el nombre de Huéscar sonara en el mundo entero con la finalización de la Guerra contra Dinamarca. Gracias a su eficaz gestión y a su empeño personal, Huéscar pasó de ser un pueblo escondido al norte de una provincia andaluza a ser la “Ciudad de la Paz”, destino turístico para miles de personas y símbolo de paraíso acogedor y hospitalario en medio de un mundo indignado y violento.
Con José Pablo Serrano acabó un estilo más humano de hacer política: no recurrió a la mentira para prevalecer sobre los demás, no se valió de su cargo para beneficiarse ni beneficiar a los suyos, no consideró enemigos a sus adversarios, no insultó, no menospreció, no marginó.
Era un ser humano bondadoso y un político con señorío. Merece el respeto y el recuerdo de Huéscar.
Descanse en paz.